Lo que llamamos la academia (ese aparato que adjudica legitimidad
y prestigio a los saberes y también dice cuáles son) es igualadora porque, para
pertenecer a ella, casi todo el mundo hace lo mismo, siguiendo las mismas
tendencias de un mercado simbólico especializado.
Hoy es evidente,
apunta Sarlo, que el saber universitario se ha normalizado según las reglas de
la academia. Esto tiene varias consecuencias, como la expansión difusa pero
amplia de algunas ondas teóricas. Un ejemplo es la fulminante difusión de la
etiqueta ‘estudios culturales’. Otro es la obstinación con que, tanto desde la
crítica literaria como desde la semiótica y el análisis cultural, se plantea a la
ciudad como tema. La moda Benjamin,
que se impuso en los años ochenta, es parte de este fenómeno.
Un murmullo donde la palabra se usa como inesperado
sinónimos de prácticamente cualquier movimiento que tenga lugar en los espacios
públicos. Se habla de la flânerie en ciudades donde, por definición, sería imposible la
existencia del flâneur. El
simple paseante vespertino se ha convertido en personaje de una novela
filosófica urbana, esbozada siguiendo la teoría benjaminiana sobre la
modernidad en el siglo XIX o sobre las ruinas del capitalismo captadas en el
escaparate de sus mercancías. La cosa no es nueva ya que esta transmutación le
sucedió a Foucault (de pronto la gente
se encontró afirmando que el saber produce poder o viceversa).
La lectura de Benjamin ha producido una especie de
erosión teórica que carcome la originalidad benjaminiana hasta los límites de
la completa banalización, se lo cita como si la cita asegurara, la producción
de un sentido nuevo sobre
escenarios diferentes.
Habría, entonces, que recordar algunas cuestiones ya
sabidas.
Benjamin, nos indica Sarlo, no estudió ciudades porque
fueran un tema a la moda. Buscó sentidos y, naturalmente, encontró a las
ciudades como escenario. Y así, París va hacia Benjamin porque es un escenario
cultural indispensable para entender algo que no es París o que, por lo menos,
no es sólo París.
Se trataría, más bien, de seguir el itinerario por el que
Benjamin llega a la ciudad, a partir primero
del surrealismo, del que luego busca separarse. Como sea, cada vez queda más
claro que ha llegado a París porque la ciudad es una de las claves culturales
para entender el movimiento del arte y el movimiento de las mercancías.
Los temas del trabajo en marcha indican qué estaba
buscando Benjamin: las imágenes del sueño que la ciudad materializa, la ilusión
de la novedad en la mercancía y la moda y la prehistoria del siglo XX en las
formas de la mercancía del XIX. En la ciudad reconoció objetos construidos,
disposiciones y usos del espacio, tipos, sistemas de movimiento y de comunicación, íconos tecnológicos, que iban rodeando
el impulso teórico y crítico de su empresa. Como cuando Benjamin se propuso a
París como construcción de la imaginación histórica crítica. Hay también un
olvido en Benjamin, que dejó inconcluso un trabajo sobre París donde seguía las
notas de un tema, ‘el problema de la metrópoli enfocada en términos de
experiencia’ y la pérdida de toda experiencia en la metrópoli.
Benjamin trabajó para materializar las imágenes que había leído en la literatura y que
lo habían conducido a construir a París como problema. Anota: "La predilección de Haussmann por la
perspectiva es la tentativa de imponer formas artísticas a la técnica (en esta
caso la urbanística). Esta tentativa conduce siempre al kitsch". Las frases muestran bien de qué
modo procedía Benjamin, la idea de que trataba de las formas simbólicas y materiales de la circulación de las mercancías en la vida
social. Propone la relación entre devenir técnico y forma estética, la relación
entre arte y sociedad.
La teoría del conocimiento y la teoría del progreso son lo mismo que el sueño y la ciudad onírica que
también configuran la forma en que Benjamin lee la ciudad a través de los
fragmentos y las citas. En el fragmentarismo de Benjamin en su reivindicación estética
y epistemológica del collage y
la cita, no hay simplemente una ruptura aliviada o celebratoria con la
totalidad, sino una crisis de la totalidad que, al mismo tiempo, se mantiene
como horizonte de las creaciones históricas y críticas.
En Benjamin hay nostalgia
de la totalidad al mismo tiempo que conciencia de esta va siendo erosionada
en la dimensión estética y en el mundo de la experiencia. Benjamin es un
escritor de la crisis, pero no su apologista.
[sigue]
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