jueves, 30 de julio de 2015

Olvidar a Benjamin [II].


De los libros que más nos interesan, pocas veces leemos los borradores y casi nunca recorremos las fuentes. La existencia de un libro terminado anula, salvo, para los especialistas, los estadios por los que atravesó. Incluso cuando se dan a conocer nuevos fragmentos de una obra ya canonizada por la lectura, esos fragmentos se insertan con dificultad en la idea previa que se tenía, aun cuando se supiera que la obra estaba inconclusa.
Ahora, en cambio, con Benjamin no hay libro definitivo pero tenemos una masa de materia todavía más viva, a través de la cual espiamos a Benjamin, contradiciendo esa vocación por el secreto y el ocultamiento de la que hablan sus amigos. La obra es un enigma que, al no haberse resuelto en libro, deja abiertas muchas vías que el libro terminado hubiera clausurado definitivamente. Tendríamos ‘El taller de Walter Benjamin’, que nos convoca a la arqueología. Pero se trata de una arqueología inversa, en lugar de reconstruir una totalidad perdida a partir de sus restos, debemos trabajar sobre las ruinas de un edificio nunca construido.
Las citas, llevadas de un lado a otro, arrancadas de su origen textual, reproducen un movimiento. Con las citas, sostiene Sarlo, Benjamin tiene una relación original, poética o, para decirlo más exactamente, que responde a un método de composición que hoy describiríamos recurriendo a la noción de intertextualidad, las incorpora a su sistema de escritura, las corta y las repite, las mira desde distintos lados, las copia varias veces, las parafrasea y las comenta, se adapta a ellas, las sigue como quien sigue la verdad de un texto literario; las olvida y las vuelve a copiar. Les hace rendir un sentido, exigiéndolas.
Benjamin encadena las citas y las modela como si fueran una escritura personal, las dispone en la página con un sentido de composición. Repite citas a veces precedidas de un comentario corto, otras veces las incorpora a un texto más extenso en el que ya han adquirido el aire de la prosa benjaminiana, transformándose hasta parecer que Benjamin las hubiera escrito y no copiado. Lo mismo hace con sus propios textos, a los que trata como citas, desplazando párrafos de un trabajo anterior a uno siguiente, recomponiendo frases o cambiando un adjetivo.
Laboriosamente copiados, los párrafos ajenos y la repetición de los propios llenaron cuadernos y cuadernos a la espera de que apareciera ese lugar donde resultaran indispensables.
Cuentan que Benjamin, refiere Sarlo, era un conversador fascinante. Como escritor, esta cualidad dialógica lo empuja hacia la cita, esa amistad con la escritura ajena, que es a la vez un reconocimiento, una competencia y un combate.
La cita no es sólo la presentación de una prueba de aquello que se quiere demostrar (como en los escritos convencionales) sino una estrategia de conocimiento. La cita, a su vez, comparte con el aforismo su brevedad y aislamiento respecto de un texto corrido. En realidad, toda cita significativamente elegida funciona como aforismo.

(sigue)

lunes, 27 de julio de 2015

Olvidar a Benjamin [I].


[Como escribía el benjaminiano Agamben en 'Signatura rerum', la doctrina sólo puede exponerse legítimamente bajo la forma de la interpretación].

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Su muerte en un oscuro paso de frontera muestra, invirtiendo su famosa “Tesis sobre la Filosofía de la Historia", que todo acto de barbarie puede suponer, de parte de quien lo soporta, un acto de cultura, como escribe Beatriz Sarlo [*].
Antes del episodio final del cierre temporal de la frontera entre España y Francia, que lo llevó al suicidio, se produjo el allanamiento y la confiscación de su biblioteca y parte de sus manuscritos. ¿Cómo iba a seguir viviendo sin ellos? se pregunta Arendt, precisamente Benjamin, que había hecho del arte de citar una de las formas más altas de la escritura (porque la pasión de la cita habitaba todo lo que escribió) y para quien la biblioteca [ver su Desembalo mi biblioteca en Olañeta Ed. Palma 2012], no sólo porque creyera que podía usarse como un cajón de herramientas, sino porque era un espacio tanto físico como intelectual y no sólo un lugar de investigación sino de vagabundeo y de ocio. Y es que la biblioteca (y bien lo saben los perseguidos de todos los regímenes) es lo primero que se pierde, nos dice Sarlo.
Sin embargo, es posible resistirse a creer que todo hubiera podido terminar de manera diferente. En las coincidencias fatales se encuentran rastros de un destino, que Benjamin nunca evitó.
Y es que Benjamin no supo jamás administrar su vida ni su trabajo. Benjamin se interesó por reproducción estética y, fundamentalmente, por la ciudad. El objeto inabarcable de su obra inconclusa, el Libro de los Pasajes: un complejo artefacto urbano examinado en sus dimensiones materiales y simbólicas. No una ciudad, sino la espacialización del capitalismo y del arte moderno.
En la resistencia a normalizar su escritura según las reglas de la cultura académica o del mercado editorial reside una de las claves ideológicas y formales de toda su obra. Desde la perspectiva profesional, las conductas de Benjamin fueron torpes y cada una de las dificultades que encontró para publicar sus escritos tuvo su anticipo en estrategias desviadas respecto de los fines que decía perseguir.
Es menos importante lo que Benjamin efectivamente dijo que lo que Benjamin está diciendo hoy, señala Sarlo. Esta lectura lo coloca en la perspectiva del presente y encuentra en él incitaciones para pensar no sólo los temas que Benjamin pensó, sino todos los temas de la posmodernidad.
A partir de Benjamin se define un campo de pensamiento donde sus tópicos se cruzan con las obsesiones de sus lectores. De este modo, Benjamin es reactualizado y, en el límite, funcionalizado.
La actualidad entonces de Walter Benjamin como pensador de la crisis unifica las lecturas ‘partidarias’ de su obra. Y esa lectura coloca a Benjamin en una topografía contemporánea.
Pero es preciso recordar que este pensamiento de la crisis fue también un pensamiento de la desconfianza respecto de las coincidencias demasiado plenas. Benjamin funda la posibilidad de la traducción precisamente en el reconocimiento de que la traducción "mantiene una relación desproporcionada, violenta y extraña respecto de su contenido".
La traducción permite escapar a la incomprensión que Babel instaló en las sociedades humanas y sus lenguas, pero esa salida no se abre a partir de la igualdad sino de la diferencia. En este sentido, la actitud más firme de Benjamin consistió en desconfiar de las propias certezas, recelo más necesario incluso que la crítica de las certezas ajenas.

(sigue)

lunes, 20 de julio de 2015

Ante, bajo, contra, desde, hacia, hasta, sobre y tras Benjamin [y III].

III

Se trataría, por consiguiente, de presentar la teoría crítica de Benjamin de acuerdo con Maura (*), desde dos polos interpretativos generales:
En primer lugar, su producción intelectual pertenecería a la corriente filosófica normal del período que le toco vivir, esto es, la Europa de principios del siglo XX. Sus lecturas, trabajo científico e inquietudes sociopolíticas no distarían de las de otros filósofos del período designado.
Y en segundo lugar, los escritos filosóficos y literarios de Benjamin, con todas sus peculiaridades, pertenecerían al ámbito de la teoría crítica de la sociedad. Una crítica de la razón que sería al mismo tiempo crítica de lo real, también característica de Benjamin, quien participaría de importantes fuentes intelectuales y le debería gran parte de su densidad filosófica a los debates con Adorno y Horkheimer, que confirmarían una proximidad que sólo puede ser síntoma de una profunda influencia recíproca.
Los problemas fundamentales del pensamiento de Benjamin en los años treinta son por tanto de índole filosófico-social: el sujeto moderno en el momento de su caída y el acceso a los objetos que produce y le rodean. En definitiva, el tema no es otro que la experiencia de su propio tiempo, histórica y socialmente determinado por los sucesos como el agotamiento progresivo de la fase liberal del capitalismo, la emergencia del taylorismo, el militarismo, la toma de conciencia del desencantamiento del mundo, etc.
La hipótesis a verificar sería que el pensamiento de Benjamin se comprendería mejor cuando se lee en conexión con el trabajo teórico Adorno y Horkheimer, y cuando, en definitiva, es obligado a salir de su soledad interpretativa.
Pero comprender a Benjamin se ha asemejado demasiado a menudo a hacer de su vida la mejor obra, a la experiencia de reconocer las ideas y frases características de su recepción normalizada y, en definitiva, de hallar la fórmula Benjamin. En ocasiones, esta normalidad ha distorsionado su pensamiento de una manera que se considera poco fructífera para futuras investigaciones críticas. 

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(*) Las teorías críticas de Walter Benjamin. E. Maura. Ed. Bellaterra. Barcelona, 2013

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miércoles, 15 de julio de 2015

Ante, bajo, contra, desde, hacia, hasta, sobre y tras Benjamin [II].

[Hoy, dia de su nacimiento]

II

Los tópicos antes vertidos, tienen orígenes muy dispares. Pero dos fuentes poseen mayor interés, como indica Maura (*). La primera, de Habermas, quien acumula los motivos benjaminianos de manera algo confusa. Así su énfasis en que Benjamin pudo ver en el surrealismo la confirmación de su teoría del arte. Sin delimitar claramente las mediaciones de su pensamiento, Habermas hace la influencia surrealista extensiva a toda la obra de Benjamin, que según esta interpretación, oscila entre dos espacios, el político y el expresivo, que se resisten a toda articulación no reaccionaria.
La segunda fuente proviene de Arendt, quien conoció personalmente a Benjamin, y es más expansiva, a la vez que más influyente. Arendt señaló en numerosas ocasiones que la actividad intelectual de W. B. es como si sólo poseyera una única manera de expresarse, cual era ‘pensar poéticamente’.
Independientemente del afán poco concluyente de Arendt por reunir en su momento a Benjamin y a Heidegger, resulta más interesante su caracterización de la relación con sus amigos Th. W. Adorno y M. Horkheimer. Así, en opinión de estos guías espirituales, que eran materialistas dialécticos, el pensamiento de Benjamin era no dialéctico, se movía dentro de categorías materialistas que no coincidían en absoluto con las marxistas.
Arendt defiende, por el contrario, que en Benjamin no es casual la relación de algunos elementos de la superestructura con motivos infraestructurales. Si no era un materialista dialéctico al uso, sí ejercía de crítico materialista. Su forma de ser materialista era precisamente descifrar la tensión histórico-social que los objetos culturales llevaban consigo en la era de su mercantilización masiva para, de esta manera, intervenir teóricamente en la realidad. La teoría del flâneur sería entonces intensamente materialista y dialéctica. Ser, por tanto, objetivamente materialista, leer el cambio histórico en sus manifestaciones culturales para así desentrañar lo que, a simple vista, aparecía como ininteligible, como gigantesca fantasmagoría y hacer, en definitiva, productivo el enfoque materialista contra todo dogmatismo de escuela.

[sigue]