Arte
vs. Historia [a partir de G. Agamben].
Hay
un célebre grabado de Alberto Durero que representa a una criatura alada, sentada
en acto de meditación y con la mirada absorta hacia adelante, se trata de 'Melancolía I' de 1514.
A su lado, abandonados en el suelo, yacen utensilios de la vida activa. El
bello rostro del ángel está sumergido en la sombra: sólo reflejan la luz sus
largas vestimentas y una esfera inmóvil frente a sus pies. A sus espaldas, se
aprecian una clepsidra, con la arena cayendo, otros objetos y, sobre el mar de
fondo, una cometa que brilla sin esplendor. Sobre toda la escena se extiende
una atmósfera crepuscular que parece restarle materialidad a cada detalle.
«Hay un cuadro de Klee», escribe Walter Benjamin en su Tesis IX, «que se llama 'Angelus Novus'. En él se representa un ángel que parece como si
estuviese a punto de sentirse pasmado. Sus
ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las
alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el
rostro hacia el pasado. Donde ve una catástrofe única que amontona
incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse pero desde el paraíso sopla
un huracán que le empuja inevitablemente hacia el futuro, al cual da la
espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo.
Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso».
El
grabado de Durero presenta alguna analogía con la interpretación que Benjamin
da del cuadro de Klee de 1920. Si el Angelus Novus de Klee es el ángel de la
historia, nada mejor que la melancólica criatura alada de este grabado de
Durero para representar al ángel del arte.
Mientras
que el ángel de la historia tiene la mirada dirigida hacia el pasado, pero no
puede detenerse en su incesante fuga de espaldas hacia el futuro, en esa
situación del hombre que ha perdido el vínculo con su pasado y que ya no se
encuentra a sí mismo en la historia, el ángel melancólico del grabado de
Durero, inmóvil, mira al frente. La tempestad del progreso que se ha enredado
en las alas del ángel de la historia, aquí se ha aplacado y el ángel del arte
parece sumergido en una dimensión intemporal. Pero del mismo modo que los
acontecimientos del pasado se le aparecen al ángel de la historia como una
acumulación de ruinas indescifrables, así los utensilios de la vida activa y
los otros objetos esparcidos alrededor del ángel melancólico, han perdido el
significado que les otorgaba su posibilidad de uso cotidiano y se han cargado
de un potencial de extrañamiento que hace de ellos la imagen de algo inalcanzable.
El
pasado, que el ángel de la historia ha perdido la capacidad de comprender,
recompone su figura frente al ángel del arte, pero esta figura es la imagen
extrañada en la que el pasado sólo reencuentra su verdad a condición de
negarla. Es decir, la redención que el ángel del arte le ofrece al pasado,
citándolo a comparecer lejos de su contexto real no es nada más que su muerte.
Y la
melancolía del ángel es la conciencia de haber hecho del extrañamiento su
propio mundo, y la nostalgia de una realidad que él no puede poseer más que
convirtiéndola en irreal.
*
Walter
Benjamin, que durante toda su vida persiguió el proyecto de escribir una obra
compuesta exclusivamente por citas, había entendido que la autoridad que
reclama la cita se funda, precisamente, en la destrucción de la autoridad que
se le atribuye a un cierto texto por su situación en la historia de la cultura.
La cita, al separar un fragmento del pasado de su contexto histórico, le hace
perder su carácter de testimonio auténtico para investirlo de un potencial de
enajenación que constituye su inconfundible fuerza agresiva. La carga de verdad
que entraña la cita, es debida a la unicidad de su aparición alejada de su
contexto vivo. Sólo en la imagen que aparece por completo en el instante de su
extrañamiento, como un recuerdo que relampaguea de improviso en un instante de
peligro, se deja fijar el pasado.
Benjamin,
que fue el autor de esta afirmación: «En
mis obras las citas son como atracadores al acecho en la calle que con armas
asaltan al viandante y le arrebatan sus convicciones», ha sido, tal vez,
el primer intelectual europeo que apreció la mutación fundamental que se había
producido en la transmisión de la cultura, y la nueva relación con el pasado
que de ella se derivaba.
Según
Benjamin, el poder especial de las citas no nace de su capacidad de transmitir
y de hacer revivir el pasado, sino, por el contrario, de su capacidad de «hacer limpieza con todo, de extraer del
contexto, de destruir».
De
deconstruir, podíamos decir ahora.
[Imagénes de Google]
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