martes, 9 de julio de 2013

¿Un Tipo Ideal?

Es importante resaltar que en el mundo real, es difícil encontrar los tipos ideales [sólo pululamos los materiales]. Esto no suponía para Weber un problema ya que el valor principal de su concepto era su capacidad de generar nuevas ideas. Decía: ‘Un tipo ideal está formado por la síntesis de fenómenos concretos difusos en una construcción conceptual analítica unificada, dicha construcción mental no puede ser encontrada empíricamente en la realidad’. Tipo ideal como instrumento pues para aprender los rasgos esenciales de ciertos fenómenos sociales. Hoy no se considera tan trascendental, Weber tiene demasiados descosidos.

No sé si Freud tendría razón. No sé si hay que matar al padre o hay que matar a la madre. O hay que matar a ambos. El caso es que ambos, hoy, están muertos.
Y es cierto que Habermas y Lyotard, por citar a algunos, sí habían matado filosóficamente a ese padre, o madre, de lo cognitivo, lo ético y lo estético que fue Weber. Y lo habrían asesinado, avant la lettre, dentro del sistema. El crimen perfecto. Pero esa es otra historia.

Es curioso que Weber, el sí que no creyó en Freud, sufriera una devastadora depresión, en la que, según Roger Bartra, tendría que ver un cierto peso de la culpa en un contexto típicamente edípico.
Él, el paladín de la ética protestante, base espiritual del capitalismo y columna vertebral de la modernidad y en el que puede rastrearse el postmodernismo, experimentó en su propia carne y alma una confrontación poderosa de su ideal puritano con la voluptuosidad.


Else von Richthofen

En Italia de vacaciones, sucumbió, maduro esposo respetable, al amor mundano, practicando una ética pagana que contribuyó a su melancolía pero que no supo interpretar intelectualmente. En cuanto gozó de la sexualidad, cesaron todos los síntomas de la enfermedad y desarrolló una capacidad de trabajo impresionante.
Sus prejuicios le impidieron admitir que el hedonismo acabaría convertido en la justificación cultural del capitalismo liberal.


miércoles, 3 de julio de 2013

Humani nihil a me alienum puto.

'La muerte sin mascara: experiencia del morir y educación para la despedida'
Raffaele Mantegazza. Herder, 2006



El Talmud babilónico alude a novecientas tres clases de muerte. Morir significa salir y la palabra ‘salidas’ tiene en hebreo el valor numérico de novecientos tres. Nuestra época, en absoluto parca en males y dolores, ha añadido otras muchas formas a las planteadas por el gran código hebreo. Nos hallamos ante un capitalismo del morir, una acumulación original de las maneras de irse, que en lugar de suavizar su aguijón, afila su carácter de injusticia.


Desde la antropología se ha abordado ampliamente el tema de la muerte. Autores como Marc Augé o Jean Baudrillard, reflexionan sobre la actual “ausencia” de la presencia de la muerte en nuestras sociedades.
Se trata de intentar hablar de la muerte, no para eliminar el dolor ni el miedo que la caracterizan, sino para desplazar la parálisis que nos domina cuando nos acomete y nos invita a su juego. No para aprender a amarla, sino para ejercitarnos a acompañar y a acompañarnos a nosotros mismos hacia su horizonte definitivo.


Estamos frente a un orden social y económico que ha pensado en todo sin pensar jamás en enseñar la muerte, en educar en el respeto y la espera ante el límite último de todas las cosas. Una pedagogía de la muerte que recorriese humildemente ese tramo a menudo evitado. Un intento de reabsorber la propia existencia en la distancia que la separa de la muerte y a partir de esa guía hacia la muerte es cuando se pueden decir cosas absolutamente serenas. Un balbuceo en torno al límite último de todas las cosas.



«Novecientas tres clases de muerte han sido creadas en el mundo.
 La más penosa de las muertes es la del garrote, la más dulce es la del beso divino. 
La del garrote es como una rama de espinas que se quisiera sacar de una bola de lana. O, según otros, como aguas que brotan ante la entrada de un canal. 
En cuanto al beso divino, es una muerte tan fácil como retirar un cabello de la superficie de la leche» 


 ['Nada de lo humano me es ajeno'.Terencio].