Manifiesto para una
intervención arquitectónica integral.
¿La arquitectura transformará las
agonías? ...
Si acaso (como escribe Vázquez Montalbán):
“construid
ciudades dónde palpar atardeceres”.
Arquitectura vs. Lugar.
En relación con recomendaciones de carácter arquitectónico a suscitar para
la actuación que convenga plantearse en toda edificación relevante, comúnmente sólida, austera, discreta, aunque pública y dotada de
suficiente simbolismo, deberá valorar siempre las cualidades que el
edificio sugiera y su relación con el entorno natural.
La actuación podrá resaltar cierta ambigüedad tectónica y visual de
superficies y envolventes oponiendo resistencia a la desaparición de sus
cualidades matéricas. Su precisa geometría, sus
grávidos muros, su textura tradicional, rural a veces y en cierto sentido
arcaica, mantendrán con interés una obra nutrida por los materiales, el lugar y
la memoria.
La arquitectura no es más (y
menos) que materia, espacio y tiempo.
En todo caso una amplia reestructuración y reutilización debe conseguir una
pervivencia de los aspectos positivos de toda composición dotada de rigor y
serenidad, y como escribió W.J.R. Curtis en El
Croquis: “El edificio hasta cierto
punto establece sus propias reglas, que deben ser aprehendidas incluso si no se
está de acuerdo con ellas”.
Así, a priori y dado lo anterior, la solución arquitectónica, tanto de una
intervención en edificios existentes como de edificios de nueva construcción,
parecería decantarse más hacia ‘Basilea’ que hacia ‘Rotterdam’, si parafraseásemos
a Luis Fdez.-Galiano, planteando frente a la subversión formal a través de un
pragmatismo paradójico, una sensibilidad que tiene por ejes la materia y el
rigor.
Agotado el debate de las tipologías, la cuestión sería, sin embargo, la
contradicción inherente entre, por una parte, la voluntad de integración en el
contexto y el paisaje y por otra un también deliberado monumentalismo
compositivo justificado por un uso colectivo.
El paisaje y las tradiciones locales proporcionan un marco de referencia
enriquecedor para los arquitectos que optan por el diálogo con su entorno.
Ejemplos paradigmáticos de respuesta acertada son edificios de Peter Zumthor,
Herzog y de Meuron o Souto de Moura, cuyos mundos táctiles, ritualizados y
austeros, impregnan sus edificios de una gravedad suplementaria para
disolverlos en su entorno y clima, domesticando la sensualidad táctil del
aparejo pétreo con la disciplina intelectual de la geometría resistente. Un
esqueleto eficaz y una piel material, edificios, en suma, como unión de función
racional y envoltura emocional.
Sus proyectos surgen de una idea acompañada de un material y se insertan en
el paisaje con precisión cartesiana y mineral aplomo. Los edificios se conciben
como estructuras arquitectónicas ordenadas técnicamente que evitan toda forma
naturalista. Están monolíticamente concebidos, constituidos y construidos.
Materia, geometría y naturaleza como principios básicos generadores de la
solución arquitectónica. Solución no de arquitectura vernácula entendida en su
vertiente regionalista crítica del Posmodernismo, pero sí concebida con la
lentitud, la solidez y la certeza de lo auténticamente autóctono.
El concepto de
paisaje, nos dice R. Moneo, en su más amplio sentido se ha convertido en algo
necesario y tal concepto implica aceptar la presencia de algún tipo de
manipulación y contaminación. Esta conciencia del lugar, del suelo sobre el que
construimos, como algo ya manipulado explica por qué hoy la violencia sobre el
lugar, o bien toma la forma de desplazamiento y olvido de los atributos que lo
caracterizan, o bien lleva a una forzosa y no siempre querida aceptación de los
mismos.
El concepto de
lugar se ha confundido, a menudo, durante los últimos años, con el de contexto.
Recientemente se ha abusado de la noción de contexto en la crítica
arquitectónica y los arquitectos han instrumentalizado tal noción sirviéndose
de una metodología de proyecto que hace del análisis del medio en el que
construir su fundamento. Entender la relación lugar-arquitectura de este modo supone establecer un orden
jerárquico que devalúa la fructífera interacción que entre una y otro se
produce cuando se construye.
La arquitectura
pertenece al lugar. Así se explica por qué la arquitectura debe ser adecuada,
debe reconocer, tanto en un sentido positivo como en un sentido negativo, los
atributos del lugar. Entender cuáles son esos atributos, entender el modo en
que se manifiestan, es el primer movimiento del proceso arquitectónico.
Aprender a escuchar el murmullo, el rumor del lugar, dice Moneo.
Discernir entre
aquellos atributos del lugar que deben conservarse, aquéllos que deben hacerse
patentes en la nueva realidad que emerge una vez que el artefacto
estructuralmente inmóvil aparece como un edificio construido, y todos aquéllos
otros que sobran y que, por tanto, deben desaparecer. Entender qué es lo que hay
que ignorar, añadir, eliminar o transformar, es vital.
El que una arquitectura sea apropiada no
elimina la posible destrucción del lugar. Dicho de otro modo, el que una
arquitectura sea apropiada puede reclamar la formulación de un juicio contrario
al lugar. La arquitectura, por tanto, la construcción de un edificio, nuevo o
no, en un determinado lugar, no significa una respuesta automática, inmediata.
Este diálogo
inevitable entre el lugar y el momento en el que se construye se termina con la
aparición de la arquitectura. Con ella se modifica radicalmente el lugar que,
desde ahora, será algo diferente. El lugar quedará transformado al haberse
engendrado sobre él una realidad diferente de la que es testimonio inequívoco
la esencia del edificio.
El lugar es una
realidad expectante, sigue Moneo, siempre a la espera del acontecimiento que
supone el construir sobre él. El construir supondrá el tomar posesión de él,
pero, como contrapartida, lo construido contribuirá a que entendamos cuáles son
sus atributos.
También, en la
vida actual, todo parece estar en contra del lugar. Todo parece reclamar un
mundo homogéneo, lleno de los mismos productos, inundado por las mismas
imágenes. Parece como si tan sólo la ubicuidad del no-lugar existiese (Marc
Augé); como si la idea de lugar ya no tuviese valor; como si pudiésemos ignorar
dónde nos encontramos, dónde estamos.
El modo en que
debe entenderse la arquitectura exige, sin embargo, el lugar. La arquitectura
no puede estar, escribe Moneo, donde quiera que sea. La arquitectura se nos
hace presente como realidad en el lugar. Es en el lugar donde el edificio
adquiere la necesaria dimensión de su condición única, irrepetible; donde la
especificidad de la arquitectura se hace visible y puede ser comprendida,
presentada, como su más valioso atributo. Es el lugar quien nos permite
establecer la debida distancia entre el objeto que producimos y nosotros
mismos.
El lugar entonces
como origen de la arquitectura. Lugar por tanto, como soporte en el que la
arquitectura reposa. La arquitectura se engendra en él y, como consecuencia,
los atributos del lugar, lo más profundo de su ser, se convierten en algo
íntimamente ligados a ella.
El lugar es,
pues, donde la arquitectura adquiere su ser.
[cfr. R. Moneo 'Inmovilidad substancial']
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