sábado, 1 de octubre de 2011

La vuelta de los ‘cincuenta’


(Evocación del existencialismo y el 'relax' de hace décadas).

La pelmaza psicopatía exhibicionista de los posmodernos ha mantenido en la sombra (que es, de otra parte; su lugar natural) a una fauna enteramente distinta pero no menos numerosa; fauna, a mi modo de ver, bastante más interesante. Me refiero a aquella cuyo eclecticismo no se limita a ser un aparador de baratijas ornamentales, sino, con cierta gravedad, una selección de lo más duro de la posguerra europea. Podría verse como una reviviscencia de los cincuenta si ello no fuera frivolizar el aspecto moral del conjunto. Sin embargo, es cierto que su ideología se aproxima a la de algunos existencialistas de la posguerra, que sus lecturas están emparentadas con la literatura comprometida, que su ornamentación prefiere los elementos más crudos y vulgares, y que sus maestros pensadores son en general feroces enemigos del mero entretenimiento. Alguno de estos rasgos está comenzando a tomar un as- pecto masivo, de modo que merece la pena darle un repaso y trazar un esbozo de sus principales características.

Para aquellos que siguen con curiosidad los sutiles cambios de la vida cotidiana ya no es nada nuevo el aparato publicitario en blanco y negro, con fuerte carga industrial y ligeras huellas de color. Esta mirada específica tiene su representación en algún cineasta como el Jarmusch de 'Extraños en el paraíso', pero se encuentra también en la música minimalista, en el diseño duro que chupa imagen de la Mecánica popular de posguerra y en algunos locales que pueden considerarse el barroco inmobiliario de ese estilo, como la sala Velvet de Barcelona, último hijo de una saga iniciada por Mariscal con los Garriris.

Tampoco es una novedad que algunos libros muy vendidos entonces pertenecen al género  de  literatura  moralizante,  como  'Bella  del  Señor'  de  Albert  Cohen,  la pentalogía autobiográfica de Bernhard o casi toda la producción de Kundera. El regreso de una parte del público a una fabulación que abandona la aventura, el hedonismo y la formalidad virginal, con el fin de representarse los contenidos del drama moral contemporáneo (al margen de lo estrictamente político), es también un signo de parentesco con la generación de posguerra, cuyo abanderado universal fue Camus. Simultáneamente, estos consumidores de moral se han apartado de las drogas y utilizan el alcohol. Los más jóvenes han descubierto la cerveza, pero aquellos comprendidos entre los 20 y los 30 son expertos bebedores de licor con la misma reflexiva competencia que caracterizaba a los estupendos borrachos de los cincuenta; fortalece el ánimo ver de nuevo aquel gesto ebrio, ético y sardónico que inmortalizó la lost generation.

Como es lógico, la repugnancia que siente este segmento por todo lo posmoderno es visceral: las grotescas pretensiones de los yuppies se asimilan a aquella UCD y a la brillantina falangista, y las jubilosas exhortaciones al individualismo lúdico se asocian con las campañas de verano de El Corte Inglés.

Ni siquiera las víctimas reciben mejor trato; tampoco caen en el misticismo de lo lumpen, así que los lolailos con el descomunal transistor pegado a la oreja ni siquiera reciben una sonrisa de comprensión. Eso no impide que en la selección de locales se rechace lo repugnantemente ‘distinguido’ y se elija lo más cutre. Hay en Barcelona un flujo creciente hacia el Pastis, local portuario que habría encantado a Edith Piaf, en tanto que Up and Down se ha convertido en un chiste: la revista que edita este local, con fotografías tipo Imelda Marcos, es muy buscada por los neoexistencialistas como revista cómica.

En sus aspectos severos, el hastío de lo posmoderno ha propiciado un interés popular hacia Heidegger y los heideggerianos, en cuya familia hay que incluir, naturalmente, a Jünger. No es casual que precisamente se difunda la ingenua acusación de Víctor Farias, la cual, además de irrelevante, es trivial, ya que sólo un pensamiento de lo totalitario, desde el interior, puede tener algún interés para quienes viven en democracias totalitarias tecno-científicas.

Síntomas recientes de este antiposmodernismo que pretende un espacio propio es fácil encontrarlos un poco en todas partes. El deseo de reflexión sobre la primera arquitectura seria de la posguerra española coincide con un regreso al estudio de la gran expansión formal que tuvo lugar en Italia por las mismas fechas. No deja de tener gracia que la arquitectura de los cincuenta permita también una recuperación light, cuyo último ejemplo, podría ser el excelente trabajo titulado El estilo del relax.
En fin sería exagerado ver bajo este puñado de rasgos y otros muchos que no podemos ahora catalogar, un movimiento coherente o progresivamente mayoritario. Es posible que sólo se trate de una coincidencia en el averiado mercado de las ideas y de las formas.
Es posible que este aire inspirado en los cincuenta sea, únicamente otro efecto de venta,  como desconsoladamente  indica  Miguel  Morey  en  su  magnífico  libro 'Camino de Santiago'. Pero los individuos que se formen sobre este modelo tienen mayores probabilidades de alcanzar cierta dignidad intelectual que aquellos otros educados en la purpurina, las columnas corintias y el culturismo muscular. Si la extinción de la cretinez propiciada simbólicamente por Wojtila, Ronald Reagan y Thatcher coincide con un regreso a la cave, aunque sea con Juliette Greco incluida, al blanco y negro, al vino peleón, al Ser y Tiempo, al cine de Fritz Lang y a la música de la escuela de Viena, podemos damos con un canto en los dientes.

by FÉLIX DE AZÚA.

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